Un proyecto desarrollado para la Galería Nueveochenta, Bogotá.
Octubre 17 a Noviembre 23 de 2008.
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La institución de la visión
La visión se instituyó como una experiencia dentro de la cultura occidental moderna desde el siglo XIX, como resultado de procesos históricos diversos y en directa relación con el uso generalizado de distintos dispositivos tecnológicos de los cuales salió triunfante la cámara fotográfica. La experiencia del arte moderno es inseparable de esa institución de la visión como un ámbito hegemónico, cargado de normas sociales y representaciones culturales. Nicolás Consuegra ha estado motivado desde sus proyectos iniciales por la exploración de las vicisitudes de la visualidad moderna que ha explorado tanto en la fotografía, como el ilusionismo pictórico y objetual. Sin embargo las preguntas que suelen formular sus diversas prácticas tienen que ver con los remanentes históricos y culturales que se movilizan delante —y detrás— de las imágenes que produce la realidad.
En su actual exhibición llamada concretamente Instituto de visión está indagando de manera más precisa sobre la relación entre la desaparición de un hecho y la permanencia transitoria de un remanente de su imagen. Ese indicio de cómo las imágenes de ciertos lugares se esfuman lentamente, deja ver referencias oblicuas a situaciones que aparentemente no estarían relacionadas inicialmente. Cuando se muda una empresa suele quedar un vestigio de su nombre resonando por un tiempo más —aun cuando se ocupe el inmueble por un nuevo negocio— generando una memoria silenciosa. Las pesquisas sobre estas rebabas de la experiencia visual moderna, hipotéticamente consciente, se acercan a las preocupaciones de cuerpos teóricos altamente críticos de la idea de una modernidad progresista. Por ese motivo es tan importante la referencia que Consuegra realiza a la concepción de Marcel Duchamp sobre la visión que estuvo oscuramente orientada hacia las zonas inconscientes y pulsionales del campo escópico. Duchamp se hizo llamar por más de una década “oculista de precisión” para indagar acerca de los diferentes límites y enlaces que la visión consciente de la modernidad iba dejando a su paso. Ese fue el origen de la obsesión de Duchamp con las máquinas y los artilugios ópticos en donde rastreó la incómoda presencia del deseo del cuerpo en la experiencia visual.
Para Consuegra hay también otros enlaces. El sesgo aleatorio del billar, las cartas y la ruleta, se suman en un peculiar juego denominado esferódromo, inventado en Colombia en la década del 50. Este juego en sí, sirve como vestigio del cambio de uso social de la distracción y el tiempo libre porque, aunque fue muy popular hace unas dos o tres décadas, ahora se ha extinguido casi por completo. La profunda relación de este juego con una inquietante experiencia visual; originada por el seguimiento hipnótico de las esferas girando incesantemente e intentando encontrar su camino por un único orificio, habla en más de un sentido de las máquinas duchampianas para enlazar el deseo y la visión.
La estructura circular del esferódromo es complementada por una serie de piezas que citan “textualmente” la obra Anemic Cinema de Duchamp (1924), que indagaba sobre la manera como un juego incomprensible de palabras produce sentidos secundarios de naturaleza libidinal. Consuegra recordando la manera como Duchamp usó tocadiscos para sus máquinas ópticas, indaga sobre juegos de palabras presentes en canciones populares en donde trabalenguas y acertijos verbales indican situaciones extrañas y sugestivas que desbordan el lenguaje y funcionan hipnóticamente de forma inquietante.
La pérdida de significación de las imágenes y las palabras es el leit-motiv que sigue todas las piezas de la exhibición y apunta a remover referencias cruzadas en el ámbito histórico y cultural tanto como en la experiencia subjetiva. Por eso realiza animaciones digitales que simulan ser protectores de pantalla de computador para volver a empujar al espectador a entornar su propia mirada y preguntarse acerca de qué es lo que ve cuando cree que esta viendo algo. Los sistemas de representación dominante dentro del campo social pueden ser tan o más notorios que los mismos hechos que parecemos percibir en el mundo.
Jaime Cerón, octubre de 2008.
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Instituto de visión
Que una imagen se fije en la mente es cosa extraña, por ejemplo, al cerrar los ojos, luego de mirar fijamente el sol, un halo de fuego queda atrapado en la mirada, y no solo como residuo retinal, también es un círculo de luz que se dibuja en la memoria.
La exposición Instituto de visión de Nicolás Consuegra, expuesta en la Galería Nueveochenta hasta el pasado viernes, ofreció una suerte de experimentos que trascendían el destino único del regodeo visual y se adentraban con decisión en los terrenos de la imaginación: 21 fotos de fachadas de edificaciones mostraban la tipografía fantasmal y ruinosa de empresas del pasado: “Copias del centro”, “Ritmo de la noche”, “Circular”, “Palacio de Justicia”, “Edificio Montoya Jaramillo”, “Radio TV”, “Banco Caja Social”, “De Todo”… ( habría que incluir ahora “ DMG”). Cuatro discos giratorios con frases en espiral formaban trabalenguas y trabaojos para una sesión de hipnotismo patafísico: “Con este puñal de acero me desnarizorejaré, con este puñal de acero me desproconsitriparé; si me naturalizo me desnarizorejaré, si me naturalizo me desproconsitriparé”. En un cuarto hermético encerró el azar un esferódromo, ese arbitrio criollo, engendro de ruleta, póquer y rodadero de bolas de billar, y lo nombró con una promesa familiar de exclusivo bienestar: “Club El Primo”. Finalmente, en un cuarto oscuro, un video: una serie de pequeños puntos blancos hacían tránsito galáctico del centro a la periferia de un salvapantallas negro, metafísica banal de un aparato que descansa en la oficina.
Instituto de visión cumplió con recuperar la imagen para la imaginación, fue una composición escéptica ante esa astucia miope que percibe la imagen —sea foto, grabado o cuadro— solo como fenómeno visual. Este examen de optometría imaginaria, de ceguera autoinducida, es necesario ahora que la oferta incesante de aparatos para la vista y la reproducción parece ser lo que da origen a las obras y no los artistas los que obran a través de la técnica; artistas que critican los medios mientras usan los mismos iconos que los medios proveen; prima la utilidad y descreste del diseño, panfletos visuales con ataques de hipo conceptual, se da forma solo para informar y jactarse de estar informado. Y la imaginación se empobrece…
“Sol puntual, sol fatal, sol de Col-ombia”, decía a la entrada en un letrero de neón, el anuncio ya no está, pero Instituto de visión dejó una buena impronta y, en medio de tanto salón, feria y curaduría, recordó el poder que tiene una exposición individual.
Lucas Ospina
Tomado de El Espectador
27 de noviembre de 2008
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